miércoles, 9 de septiembre de 2020

Un clásico reversionado, ¿lo conocés?

Caperú y el Lobo narrada por Marina

Una de las historias más conocidas en el mundo infantil, pero más picante o peligrosa...

Conocen también al autor de esta versión perversa, Roald Dahl es el que escribió Las Brujas, Matilda, Charly y la fábrica de chocolate... Todas hechas película, ¡muy buenas!

Estando una mañana haciendo el bobo
le entró un hambre espantosa al señor Lobo,
así que, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
“¿Puedo pasar señora?”, preguntó.
La pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando:
”¡Este me come de un bocado!”
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí te cuento.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
“Sigo teniendo un hambre aterradora...
¡Tendré que merendarme otra señora!”
Y al no encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:
“¡Esperaré sentado lo adivino
Caperucita Roja está en camino!”

Y porque no se viera su fiereza,
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
Llegó Caperucita a mediodía
y dijo: ”¿Cómo estás abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!”
“Para mejor oírte, que las viejas somos
un poco sordas”.
”¡Abuelita, qué ojos tan grandes tienes!”.
”Claro, hijita, son los nuevos lentes 
que me ha puesto para que pueda verte
 Don Ernesto el oculista”, dijo el animal
mirándola con gesto angelical, 
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el plato precedente. De repente
Caperucita dijo:” ¡Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!”
El Lobo, estupefacto, dijo:” ¡Un cuerno!”
O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!
¿Me estás tomando el pelo...? Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa”.

Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revólver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
Y –¡pam!– allí cayó la buena pieza.
...
Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el bosque... ¡Pobrecita!
¿Sabes lo que la descarada usaba?
Ninguna caperuza desfilaba.
A mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo. 


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