29/11/2000 - 00:00Clarin.com Sociedad
INFORME ESPECIAL / LA CIUDAD: LOS VECINOS PARTICIPAN EN LA ORGANIZACION DEL LUGAR
Parque Avellaneda, residencia de pájaros
Es uno de los mayores pulmones verdes de la ciudad Allí viven unas 30 especies Buscan un hábitat propicio para salvarse de la extinción
Los vecinos aseguran que los pájaros recién llegados, los nuevos residentes, se hacen notar. Cuando, un año y medio atrás, los habitués del Parque Avellaneda comenzaron a observar los pájaros, descubrieron que en su arboleda centenaria vivían 21 especies. Pasaron dos inviernos y ahora, cuando los cuentan, llegan a 30 y no dejan de dar sorpresas casi todos los meses.
Y hay un motivo de orgullo extra para quienes recorren el parque. Muchas de las especies, como por ejemplo la del loro hablador —que decididamente es un orgullo barrial— están en serio peligro de extinción.
"La comida y la tranquilidad son las claves para que las aves elijan un sitio para vivir", explica Juan Horacio Pérez, un especialista de la asociación Aves Argentinas.
Tranquilidad y comida, entonces, es lo que ofrecen, y en cantidad, las 40 hectáreas del Parque Avellaneda. Méritos no le faltan: este espacio —que se extiende entre las calles Directorio, Lacarra, Laferrere y Florentino Ameghino— es el segundo pulmón verde de Buenos Aires, después de Palermo, sin contar —por supuesto— la Reserva Ecológica.
Y no se trata sólo de espacio. Además, su variada arboleda mantiene la calma original del lugar. Como cuando era el jardín de la estancia Los Remedios, de la familia Olivera.
Las espontáneas observaciones de los ornitólogos en el parque ya se han sistematizado y alcanzan ahora el formato de una guía de observación. "Sólo nos hace falta un espónsor", dice un poco en broma y un poco en serio Manlio Landolfi, integrante de la Comisión de Medio Ambiente del Parque Avellaneda.
Muchas de las especies que viven en el parque son autóctonas de la región pampeana. Pero otras son difíciles de ver por estas latitudes. Y no sólo eso. Algunas de ellas son casi imposibles de encontrar en los lugares que solían frecuentar.
El loro hablador es una de ellas. "Es un ave típica del noroeste argentino, y debido a la caza sistemática está a punto de desaparecer", cuenta Pérez. Hay una razón que explica este presente incierto. A esta especie pertenecen los loros que mas fácilmente aprenden a copiar la voz humana. Una hazaña que les cuesta la vida en libertad y que los hace cotizar en el mercado negro a 5.000 pesos.
Hoy, con un poco de paciencia y tiempo se puede ver al loro hablador en el Parque Avellaneda. Hay uno que afincó su residencia en un eucalipto alto. Pero los habitués aseguran que han divisado por lo menos tres ejemplares. Dato, este último, que les permite hacer conjeturas favorables. "Posiblemente —se entusiasma Landolfi— estén anidando para tener cría. Lo que sería un caso único en la Capital Federal."
Por su aspecto, describe Landolfi, son fáciles de distinguir. "Su cara se asemeja a la de un fanático hincha de Boca pintado como para ir a la Bombonera: absolutamente amarilla, con una franja azul. El cuerpo es de color verde y las alas son bien rojas."
Nadie puede decir con certeza cómo llegaron al parque. Hay algo de misterio en este arribo. "Volando desde los lugares de origen, seguro que no", dice Pérez. Y arriesga: "Se deben haber escapado de alguna jaula y eligieron este lugar como su nueva residencia."
Durante todo el año se hicieron visitas guiadas de dos horas, organizadas por la Comisión de Medio Ambiente del Parque, para ver a los pájaros.
Las 9 de la mañana es una buena hora para ver, además de oír, a las aves. La observación y la caminata permiten descubrir que cada pájaro tiene lo que los ornitólogos describen como "una actitud típica".
Bajo la sombra oscura de unos robles europeos se puede ver a un zorzal colorado pasear con pequeñas carreritas "Así lo hace siempre. Es uno de los pobladores estables de acá. Come insectos. Sus preferidos son las lombrices. Para encontrarlas hace esos pequeños piques cortos, siempre por la sombra", describe Pérez.
Entre los habitantes típicos del parque también están el hornero, la calandria y el benteveo. "Este es un cazador de vuelo, y resulta un lujo verlo en acción. Se lo ve casi siempre parado en una rama. Cuando ve algo para comer, se lanza rápido, a la carrera", agrega Landolfi.
Otro que se comporta parecido es el churrinche. Pero a diferencia del benteveo, a este sólo se lo ve por el Parque Avellaneda en verano. "Chiquito, rojo y marrón —cuentan—, su vuelo es elástico. Va y vuelve al mismo lugar."
La división más común es entre los pájaros nativos y los foráneos. "Estos últimos llegan desde sus lugares de origen en cautiverio y después se escapan o los sueltan", aclara Pérez. Entre los que no son del lugar, en el Parque Avellaneda, están la paloma casera y el gorrión. Estas dos especies europeas son también las más fáciles de ver.
El último de los extranjeros en llegar fue el estornino pinto. Vino desde Estados Unidos y con una historia que se parece más a un prontuario. La primera vez que se distinguió su andar bamboleante fue en 1987 en los parques de Palermo. "Son agresivos y corpulentos y están siempre compitiendo con otros pájaros", relata Landolfi.
Pero la competencia es algo común entre las aves. "Son todas territorialistas. Por lo menos tienen una buena manera de marcar su espacio; en general lo hacen cantando". El que empieza temprano a hacerlo, incluso antes de que salga el sol, es el zorzal colorado. A las 5 de la mañana, y en esta época del año, es cuando más se lo escucha.
Entre los que mejor cantan en el Parque Avellaneda se encuentra el jilguero dorado. A este pájaro su bello cantar se le volvió en contra: es el más buscado y cazado por los vendedores de aves.
Sin duda las más ruidosas son las cotorras. Después de la deforestación de los talares que se extendían desde Mar del Plata hasta el norte de la provincia de Buenos Aires, estos pájaros verdes se acostumbraron a vivir en los eucaliptos de otras zonas.
Ahora, en el Parque Avellaneda, su canto es uno de los sonidos permanentes de la arboleda centenaria. Una diferencia que hace añorar cierto silencio de los tiempos en que el parque era parte de la estancia Los Remedios.