Un herrero de Barrio Illía, llamado Ulises Quiroga, con su esposa vivían muy tristes porque querían tener hijos pero no podían.
No podían adoptar porque habían perdido toda su documentación, no podían pagar tratamientos ni operaciones para fertilización asistida.
Un día, el muchacho estaba viendo la película “Inteligencia Artificial” y se le ocurrió inventar un niño robot.
Otro día, llamó su mamá desde la Maternidad del Piñero para comunicarle que su hermano más chico tuvo su bebé. Ahí, él no pudo más porque ya todos sus hermanos lo habían llenado de sobrinos y hasta su mamá tuvo otro hijo.
Para colmo, todas las noches su esposa lloraba, mariconeaba, sollozaba.
Entonces, se decidió y fue a comprar un libro de electrónica que tenía 300 páginas, para armar un robot. También fue a la ferretería porque necesitaba de todo.
Necesitaba material: desarmó una moto que le había vendido Cartucho, el reparador de motos de la esquina, y usó ese motor; utilizó un grabador para la voz; agarró dos amortiguadores para las piernas del taller de José, el mecánico de la manzana 2; y consiguió unas pinzas mecánicas, para los brazos, que ya tenía en su taller pues los había tomado de la vieja fábrica Volcán de la Av. Cobo, y le agregó manos de metal hechas por él, con llaves fundidas.
Para hacer el tronco del pequeño robot fundió todas las chatarras que tenía y en la cabeza le injertó pelos de lampazo.
Luego lo colocó en una cuna, porque estaba dormido, aunque era viejo.
Pasaron 10 días… el muñeco empezó a despertarse… Primero movió su mano, dedo por dedo: el pulgar, el índice le costó más, el más grande fue enseguida, y el meñique con ese; junto a sus ojos, donde Ulises había colocado lamparitas Led azules.
El muñeco salió de su cuna y empezó a caminar y salió del edificio. Estaba en la calle. Se escondió tras un árbol y vio a la gente que caminaba, compraba… vio a los niños que jugaban a la pelota, saltaban, corrían…
Este chico de metal merecía un nombre, y fue: Pinueve. Y para su placer y comodidad, Ulises y su señora, con ayuda de toda la numerosa familia de ambos, le decoraron toda una habitación metalizada. Instalaron un proyector, que parecía una tele de 80 metros en la pared; rodearon la cama con viejos teclados de computadora y le regalaron un gran espejo antiguo, que pertenecía a la familia materna, para que mirara lo que era y lo que hicieron por él, día tras día.
Además le dieron un celular, viejito y ya usado por un tío, pero que le serviría para comunicarse porque funcionaba con ideogramas y cada número del directorio tenía la foto de su gran familia. Así vive conectado con ellos, y es uno más, a pesar de las diferencias.
Alumnos de 6º B, año 2011.